La presentación de Cristo:
Si en este momento en el centro del templo se presentase Jesucristo como rey: con amplios ropajes de seda y carmesí y una gran capa de armiño y rematado de piedras preciosas y por supuesto con su corona de oro macizo y rubíes y esmeraldas… Y se sentase en su trono, nos deslumbraría por su porte, su elegancia, su realeza, su poder que emana de toda su personalidad y nos invitase a su coronación:
El ceremonial de coronación de reyes en el Antiguo Testamento se realizaba con una entrada triunfal, aclamaciones populares, proclamación oficial por escrito, entronización, coronación, unción…, Y un Rey así, nos dirigiría la palabra hablándonos de su reinado. Hoy nos muestra lo mismo pero de manera mucho más sencilla e impactante: Está siendo juzgado, está delante de un gobernador de tercer nivel que pone en duda su reinado, y en pocas palabras tiene que demostrar que él es rey y su proyecto de gobierno.
Se presentan los súbditos ante el Rey
Cada uno de nosotros, delante de Dios N.S. nos podemos imaginar como soldados de este rey, que estamos en una parada militar: Con las armas que prefieran (lanzas, ballestas, espadas, dagas, escudos, hachas…) y los colores de las diversas fuerzas armadas: ejército, marina, fuerza aérea: azul marino, bermejo o granate, gris, blanco y azul. Y venimos a presentar armas. Los batallones hacen la reverencia y los honores al Rey.
Los soldados, los súbditos leales y fieles se presentan ante el Rey y vienen a presentar su fidelidad y a hacer un pacto.
Todos nosotros somos los súbditos del único Rey… que tiene el poder, pero queremos saber las cláusulas del pacto… es decir, si yo me alisto a tus ejércitos, si lucho bajo tu bandera… ¿qué me va a tocar? ¿a qué me comprometo? ¿cómo me defenderá este rey poderoso…?
¿qué me ofrece el Rey?
LA VERDAD: Así lo dice ante Pilato: “para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad”. No se trata de una verdad abstracta y ajena del todo a los que en la vida diaria del ser humano, del cristiano, sino de una verdad que tiene rostro, que tiene voz, que genera verdadera esperanza y gusto por la vida. El Semblante y la Palabra del Padre Dios es lo que Jesús testimonia, lo que Él nos da como verdad, como camino, como vida. Su Verdad es nuestra verdad, y no la que a veces nos inventamos nosotros.
La verdad de la vida, la verdad del amor, la verdad de la justicia, la verdad de la paz, la verdad de Dios y la del hombre, tienen un único rostro, una única voz, un único nombre: Jesucristo.
Este Rey, aquí presente, ante todos sus súbditos y sus soldados les ofrece: LA FELICIDAD en esta vida porque nos llenamos de Dios, y porque seguir la conciencia nos llena de felicidad y de paz.
Nos ofrece LA PAZ en el alma y esa paz que no se puede comprar con dinero, con bienes materiales: oro y plata, con fiestas y farras… con cosas materiales…
Mi compromiso como su súbdito y su soldado de primera línea.
Jesucristo, Rey del Universo, como hoy lo proclamamos nos invita a luchar contra la codicia, de lujuria y de poder, la vanidad, la envidia, el rencor, el odio, las rabias; porque sabe que sólo la Verdad nos hace libres, sólo el reinado de Jesucristo nos permite desmontar toda esclavitud y vivir como hijos ante Dios y como hermanos ante los demás.
Estamos llamados a ser constructores del Reino con el anuncio de la buena nueva de la salvación y con la promoción de los valores de la verdad, de la libertad, de la justicia, de la solidaridad, de la dignidad humana y de la comunión fraterna.
“El reino de Dios es de justicia, paz y alegría en el Espíritu” y por ese reino debemos luchar.
San Cirilo de Alejandría nos dice que “sólo un corazón puro puede decir con seguridad. ‘Venga a nosotros tu Reino”.
Nuestro uniforme de guerra lo llevamos puesto que es la vida de gracia, nuestras armas son espirituales: las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad. Nuestro Rey es Cristo, nuestros aliados son los santos, la Virgen Santísima, nuestros enemigos son las pasiones y los pecados capitales aliados con los espíritus maléficos que son los demonios y nuestro grito de guerra es: ¡Venga tu Reino! ¡Siempre venga tu Reino! ¡Que venga tu Reino en mi corazón! ¡Voy a luchar por tu Reino de Justicia, de amor y de paz…!!!
Podemos ponernos de rodillas ante el Rey de Reyes y señor de señores y hacerle estas peticiones:
– Cristo rey y pastor nuestro: reúne a tus ovejas y apaciéntalas en ricos pastizales y en las llanuras de tus sacramentos.
– Juez eterno, ponnos a tu derecha y haz que heredemos el reino preparado para nosotros desde la creación el mundo.
– Príncipe de la paz, destruye las armas de la guerra y danos la paz en las naciones.
– Heredero de todas las naciones, haz entrar en tu reino a toda la humanidad para que te reconozcamos como nuestro único rey.