JUAN 6, 41-51: “Yo soy el pan vivo; el que coma de este pan vivirá para siempre

Pablo, escribiendo a los filipenses, dice de algunos de ellos: Cuyo dios es el vientre y ponen su gloria en lo que es su vergüenza. Cuando les suministró el pan y les hartó sus estómagos, lo llamaron profeta y querían hacerlo rey. Pero ahora que los instruyó acerca del alimento espiritual y la vida eterna, y los levantó de lo sensible y les habló de la resurrección y les elevó los pensamientos, parecería que quedarían estupefactos de admiración. Pero al revés, se apartan de él y murmuran.

Cristo viene como profeta. Pero no lo escuchan, sino que murmuran. Todavía lo reverencian a causa del reciente milagro de los panes; pero lo contradicen abiertamente, murmuran y demuestran su indignación, pues no les preparaba una mesa como ellos la querían. Y decían murmurando: ¿Acaso no es éste el hijo de José? Se ve claro por aquí que aún ignoraban su admirable generación. Por lo cual todavía lo llaman hijo de José. No estaban aún dispuestos para oír acerca de su descendencia según la carne, mucho menos lo estaban para oír acerca del otro admirable y celestial. Si no les reveló lo que era más asequible y humilde, mucho menos les iba a revelar lo otro. A ellos les molestaba que hubiera nacido de padre humilde; pero no les reveló la verdad para no ir a crear otro tropiezo tratando de quitar uno. ¿Qué responde, pues, a los que murmuraban? Les dice: Nadie puede venir a Mí si mi Padre que a Mi me envió no lo atrae.

Jesús dice: “Yo he venido del Cielo”. Muchos se escandalizaron y sigue escandalizándolos porque él mismo se llama pan de vida porque engendra en nosotros la vida así presente como futura: Quien comiere de este pan vivirá para siempre. Llama aquí pan a la doctrina de salvación, a la fe en El, y también a su propio cuerpo. Porque todo eso robustece al alma. En otra parte dijo: Si alguno guarda mi doctrina no experimentará la muerte; y los judíos se escandalizaron. Aquí no hicieron lo mismo, quizá porque aún lo respetaban a causa del milagro de los panes.

La diferencia que establece entre este pan y el maná, atendiendo a la finalidad de ambos. Puesto que el maná nada nuevo trajo consigo: Vuestros Padres comieron el maná en el desierto y murieron. Luego pone todo su empeño en demostrarles que de él han recibido bienes mayores que los que recibieron sus padres. Por esto, habiendo dicho que quienes comieron el maná en el desierto murieron, continuó: El que come de este pan vivirá para siempre. Y no sin motivo puso Aquello de en el desierto, sino para indicar que aquel maná no duró perpetuamente ni llegó hasta la tierra de promisión; pero dice que éste otro pan no es como aquél. Y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo.

La muchedumbre insiste pidiéndole alimento, pero corporal; y recordando el manjar dado a sus padres, decían que el maná era una cosa maravillosa y de gran precio. Jesús, demostrándoles ser todo eso simples figuras y sombras, y que este otro era el verdadero pan y alimento, les habla del manjar espiritual. Los hombres buscan un alimento bajado del cielo, como el Maná, por eso Jesús les repetía: Yo he venido del Cielo. Si en realidad creían que era el Profeta, debieron creer en sus palabras. De modo que nació de su necedad el que se escandalizaran, pero no de la oscuridad del discurso.

Los discípulos siguen a Jesús y confiesan que Él tiene palabras de vida eterna. Porque lo propio del discípulo es no preguntar y poner en discusión las sentencias de su Maestro, sino oír y asentir y esperar la solución de las dificultades para el tiempo oportuno. Tal vez alguien preguntará: entonces ¿por qué sucedió lo contrario y se le apartaron? Sucedió eso por su dureza de corazón y cerrazón de mente. Pues en cuanto entra en el alma la pregunta: ¿cómo será eso? al mismo tiempo penetra la incredulidad. Así se perturbó Nicodemo al preguntar: ¿Cómo puede el hombre entrar en el vientre de su madre? Y lo mismo se perturban ahora éstos y dicen: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Si te preguntas cómo ¿por qué no lo investigaste cuando multiplicó los panes, ni dijiste: cómo ha multiplicado los cinco panes y los ha hecho tantos? Fue porque sólo cuidas de hartarte y no reflexionas en el milagro.

Cristo actuó de esta manera para inducirnos a un mayor amor de amistad y para demostrarnos El a su vez su caridad. De modo que a quienes lo anhelan, no únicamente se les muestra, sino que se da a comer, a tocarlo, a partirlo con los dientes, a identificarse con El; y así sacia por completo su deseo. En consecuencia, tenemos que salir de la mesa sagrada con la fuerza y seguridad de leones que respiran fuego, hechos terribles a los demonios, pensando en cuál es nuestra cabeza y cuán ardiente caridad nos ha demostrado.

Cristo nos dice: “Con frecuencia los padres naturales entregan a otros sus hijos para que los alimenten. Yo, por el contrario, con mi propia carne los alimento, a Mí mismo me sirvo a la mesa y quiero que todos vosotros seáis nobles y os traigo la buena esperanza para lo futuro. Porque quien en esta vida se entregó por vosotros, mucho más os favorecerá en la futura. Yo anhelé ser vuestro hermano y por vosotros tomé carne y sangre, común con las vuestras: he aquí que de nuevo os entrego mi carne y mi sangre por las que fui hecho vuestro pariente y consanguíneo”.

Este pan de vida modela en nosotros una imagen regia, llena de frescor; éste engendra en nosotros una belleza inconcebible y prodigiosa; este pan impide que la nobleza del alma se marchite, cuando con frecuencia la riega y el alma de ella se nutre. Este pan confiere gran fortaleza al alma. Esta sangre, dignamente recibida, echa lejos los demonios, llama hacia nosotros a los ángeles y al Señor mismo de los ángeles. Huyen los demonios en cuanto ven la sangre del Señor y en cambio acuden presurosos los ángeles. Derramada esta sangre, purifica el universo.

Dice la Escritura: Quien come y bebe en forma indigna del Señor, come y bebe su condenación. Si quienes manchan la púrpura real son castigados como si la hubieran destrozado ¿por qué ha de ser admirable que quienes con ánimo inmundo reciben este cuerpo, sufran el mismo castigo que quienes lo traspasaron con clavos?

Este pensamiento moderará nuestras pasiones. ¿Hasta cuándo estaremos apegados a las cosas presentes? ¿hasta cuándo despertaremos? ¿hasta cuándo habremos de olvidar totalmente nuestra salvación?

(Sacado de las homilías de San Juan Crisóstomo)

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