HOMILÍA PARA EL TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO. CICLO B.

Marcos 12,38-44“Ha echado todo lo que tenía para vivir”

Nuestro Señor Jesucristo enseña cuando se da cuenta de que las personas andan perdidas, como ovejas sin pastor; estemos atentos para escuchar su enseñanza que nos da pistas para vivir cada vez mejor.

La enseñanza que nos da Jesús hoy, nos la entrega con su modo de interactuar con la realidad. Cuando nos detenemos para contemplar la vida con todas sus complejidades, recibimos de esta contemplación la gracia de la iluminación, de la sabiduría misma. Creo que esta es una lección fundamental del evangelio de hoy: vivir tan despiertos, que seamos capaces de distinguir el bien del mal, la luz de la oscuridad, y obrar en consecuencia.

Algunos de ustedes podrán estar escandalizados por el modo de obrar de Jesús en el evangelio de hoy, pues Él que nos mandó no juzgar (cf. Lc 6,37-38), pareciera estar hoy criticando duramente las acciones de algunos escribas. Alguien podrá decir: ‘Jesús podía juzgar porque él era Dios’, la verdad es que Jesús está edificando con su enseñanza; una cosa es criticar a alguien para dañarle su reputación, otra cosa es llamar las cosas por su nombre, y otra cosa, muy dañina, es decir que todo vale lo mismo. Nosotros los creyentes de hecho con la sabiduría que viene de lo alto estamos llamados a juzgar al mundo e incluso a los ángeles (cf. 1 Co 6,2-3). Algo que podemos aprender de Jesús cuando vamos a juzgar, es que tenemos que librarnos de los prejuicios contra las personas por su condición. Jesús aquí critica a algunos escribas, pero el domingo pasado un escriba fue puesto como ejemplo sobre cómo movernos en los asuntos de Dios (Mc 12,38-449); Jesús criticaba los fariseos, pero fue a comer a la casa de Simón el fariseo (Lc 7,36-50), criticaba los ricos pero le dijo a Zaqueo que tenía que ir a su casa (cf. Lc 19,5). Y en todo caso, cualquier juicio que se haga sobre cualquier situación o persona se puede pronunciar solo en la medida que pueda evitarle un daño a quienes son criticados o a nosotros, y al mismo tiempo afirme un modo de vivir sabio, nutritivo.

En el evangelio de hoy, Jesús nos ofrece tres valoraciones de tres personajes, bien sea para que evitemos el camino que ellos llevan, o bien para que imitemos su modo de vivir; se trata de algunos escribas, algunos ricos piadosos, y una viuda pobre y piadosa.

La actuación de algunos escribas se nos presenta para que evitemos el modo de vivir de ellos. Es necesario evitar la ostentación; de hecho la ostentación resulta siendo un autoengaño, nos puede hacer perder la conciencia de lo que somos en cuanto humanos, seres frágiles siempre necesitados de Dios, de las otras personas y de las otras criaturas para subsistir. Pero además, según el evangelio, la ostentación conlleva otro peligro: creernos más importantes que las otras personas, y este creernos más importantes que otras personas lleva a otro peligro, la pérdida de la propia humanidad, convirtiéndonos en monstruos que maltratan a otros, devoran lo valioso que pueda haber en otras personas, o pisotean la fragilidad de los más débiles en vez de cuidarla. La pirámide del mal que trae la ostentación tiene en su cumbre, el mal supremo: hacer de Dios, nada; y ser nada, delante de Dios, y esto en medio de la apariencia de largas oraciones. Siendo así creo que vale la pena cuidarse de la pirámide de la ostentación.

La actuación de algunos ricos con respecto a Dios, es lo otro que tenemos que evitar. Los ricos que Jesús ve en el templo ofrecen a Dios de lo que les sobra, y parece que Dios quiere algo más que eso. Dios quiere que le dediquemos absolutamente nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestros afectos, nuestras personas en fin todo lo que somos y tenemos. Este dedicarle a Dios todo lo que tenemos vale para la oración y todos los actos piadosos, pero también vale para cada instante de la vida. Cuando un creyente consagra todo al Señor su vida toda estará llena de luz, las personas verán sus obras y glorificarán a Dios (cf. Mt 5,16).

La actuación de la viuda pobre es el ejemplo que Jesús quiere que imitemos. Libre de la ostentación, la viuda pobre poco le importa cómo juzgan los demás su porte externo, por eso aparece tranquilamente en público; ella se juzga a sí misma desde las profundidades de su alma no desde las superficialidades mundanas. Como esta viuda pobre, encuentra su valía en su propia persona aparece tranquila en público sin recriminar a nadie por su condición de pobre. Esta viuda pobre está envidiablemente armonizada con su ser, acepta pacíficamente su condición, y por eso aparece agradecida ante sí misma y ante Dios a quien va a rendirle culto. En la cumbre de su altura humana, esta viuda pobre sabe que su vida depende de Dios y por eso en un gesto de confianza increíble entrega a Dios todo lo que ella es y tiene, sin esperar nada a cambio; en realidad parece que ya lo tiene todo.

“La Liturgia de la Palabra de este domingo nos ofrece como modelos de fe las figuras de dos viudas. Nos las presenta en paralelo: una en el Primer Libro de los Reyes (17, 10-16), la otra en el Evangelio de San Marcos (12, 41-44). Ambas mujeres son muy pobres, y precisamente en tal condición demuestran una gran fe en Dios. La primera aparece en el ciclo de los relatos sobre el profeta Elías, quien, durante un tiempo de carestía, recibe del Señor la orden de ir a la zona de Sidón, por lo tanto, fuera de Israel, en territorio pagano. Allí encuentra a esta viuda y le pide agua para beber y un poco de pan. La mujer objeta que sólo le queda un puñado de harina y unas gotas de aceite, pero, puesto que el profeta insiste y le promete que, si le escucha, no faltarán harina y aceite, accede y se ve recompensada. A la segunda viuda, la del Evangelio, la distingue Jesús en el templo de Jerusalén, precisamente junto al tesoro, donde la gente depositaba las ofrendas. Jesús ve que esta mujer pone dos moneditas en el tesoro; entonces llama a los discípulos y explica que su óbolo es más grande que el de los ricos, porque, mientras que estos dan de lo que les sobra, la viuda dio «todo lo que tenía para vivir» (Mc 12, 44).

De estos dos episodios bíblicos, sabiamente situados en paralelo, se puede sacar una preciosa enseñanza sobre la fe, que se presenta como la actitud interior de quien construye la propia vida en Dios, sobre su Palabra, y confía totalmente en Él. La condición de viuda, en la antigüedad, constituía de por sí una condición de grave necesidad. Por ello, en la Biblia, las viudas y los huérfanos son personas que Dios cuida de forma especial: han perdido el apoyo terreno, pero Dios sigue siendo su Esposo, su Padre. Sin embargo, la Escritura dice que la condición objetiva de necesidad, en este caso el hecho de ser viuda, no es suficiente: Dios pide siempre nuestra libre adhesión de fe, que se expresa en el amor a Él y al prójimo. Nadie es tan pobre que no pueda dar algo. Y, en efecto, nuestras viudas de hoy demuestran su fe realizando un gesto de caridad: una hacia el profeta y la otra dando una limosna. De este modo demuestran la unidad inseparable entre fe y caridad, así como entre el amor a Dios y el amor al prójimo. El Papa san León Magno afirma: «Sobre la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones. La viuda del Evangelio depositó en el tesoro del templo dos monedas de poco valor y superó los dones de todos los ricos. Ningún gesto de bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin fruto» (Sermón de Cuaresma, 90, 3) (SS Benedicto XVI, 11 de Noviembre de 2012)

Que el Señor nos conceda por intercesión de María, la pobre de Nazareth, la gracia de sentir de que el mero hecho de existir es la gran bendición de nuestra vida, y que una vez que podamos percibir esta profunda realidad de nuestra existencia, vivamos para la gloria de Dios y seamos de provecho de nuestros hermanos.

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