MARCOS 5, 21-43: “¿Quién me ha tocado?”
Las lecturas que nos presenta la liturgia de este domingo decimotercero del tiempo ordinario, nos dan paz interior; porque nuestro Dios es un Dios en la persona de su Hijo Jesucristo, que trae la curación a nuestras heridas del espíritu, nos levanta para seguirlo en nuestra vida y poder gozar de su salvación.
Si la muerte entró en el mundo por el pecado, como enseña el libro de la Sabiduría, fue vencida por la fuerza del Señor Jesús. Fuerza que tenemos que recabarla por medio de la oración, (que no está en alza día hoy en día), como manera de relación con esa Vida, meta de última de nuestra salvación.
Hoy en día, hay muchos “salvadores”, que no dan esa Vida Divina, semilla de inmortalidad, que Dios preparó para todos sus hijos por él creados: “Dios creó al hombre para la inmortalidad” (1ª lectura).
Esta es la gran riqueza que el Sumo Hacedor ha compartido con sus criaturas, y que como beneficiarios de ella, nos anima y empuja para compartirla haciéndosela llegar a los demás.
Como enviados al mundo, y con cariz misionero en cualquiera de los estados de vida en que se esté, hay que compartir las riquezas, no solo materiales, que también, sino, también las espirituales que dan salvación y ayudan a soportar la desesperación y el fracaso, como ocurre con los personajes del evangelio de hoy.
La actitud positiva de la liturgia de este domingo, nos afianza en el canto de alabanza del Salmo 29. El Señor nos ha sacado de la fosa, y también, cambia nuestro luto en danzas-
En las lecturas dominicales es normal que Jesús nos pida que debemos redoblar nuestra confianza en Él en los momentos difíciles y sobre todo en lo momentos donde me resulta más difícil creer, en los momentos y en los lugares donde me es más difícil ser cristiano de verdad, demostrar mi fe. El evangelio de hoy es una muestra de ello: la importancia de confiar en Jesús, tener fe en Él, porque Él no nos fallará nunca.
¿De cuántas maneras nos enfrentamos al hecho de que necesitamos a Dios en nuestra vida? Estos dos personajes nos muestran cómo a Jesús se le encuentra desde cualquier situación vital, sin que importe ni la condición social, ni la opinión que uno tiene de sí mismo, o la opinión que puedan tener los demás sobre él. Jairo era hombre, jefe de la sinagoga, personaje reconocido de su sociedad. La enferma era mujer y, por razón de su enfermedad, viviría recluida, sin poder tocar ningún objeto de su casa, pues era impura. Marcos cuenta la enfermedad de la mujer con todo tipo de detalles, expresando lo que siente ella en su interior.
Jairo podía perder su prestigio cuando acudió a Jesús en busca de ayuda para su hija. La mujer enferma de flujos no podía acercarse ni a su marido ni a sus hijos. Nadie puede tocarla ni tocar sus cosas. Estaba condenada a no hacer nada, a sentirse absolutamente inútil. Su autoestima, después de doce años, en esa situación, estaba por los suelos, y la depresión crecía en su interior. Su enfermedad la condenaba al olvido, a la muerte en vida. Sólo le quedaba la dignidad que se jugó al acercarse a Jesús para tocarle el manto, en un último intento de obtener la salud. La necesidad, junto con la vergüenza, abrieron el corazón de aquella mujer a la esperanza; Jairo se atrevió a pedir en público, ayuda para su hija. La mujer se atrevió a salir y tocar a un extraño. Los dos recibieron el empujón necesario para dar el primer paso hacia la solución de sus problemas.
No se vieron defraudados. La mujer tenía tal convencimiento y tanta fe que ni siquiera tuvo que decir lo que quería. ¿Qué tenía el toque de aquella mujer para que Jesús lo notara?, lo dice muy claramente el texto: la fe. Jairo recuperó a su hija sana, ¿Por qué? Porque tuvo fe. Estas maneras de acercarse a Jesús nos muestran que, hagamos lo que hagamos, nunca saldremos defraudados si estamos dispuestos a asumir los cambios que Él nos pida. Si tenemos deseos intensos de ser curados por Él, Jesús será nuestro mejor aliado.
¿Qué es lo que nos falta a nosotros, cuando también nos acercamos y tocamos sus estampas, sus imágenes?, ¿qué nos falta cuando participamos en sus sacramentos, signos de su presencia en medio de nosotros?, ¿qué nos falta a nosotros cuando pedimos cosas?, pues en el fondo nos falta fe.
Y ¿qué es la fe? La fe es saber reconocer su presencia a nuestro lado, es saber aceptar sus planes por encima de los nuestros, es tener un corazón tan generoso que es capaz de poner a Dios allí donde teníamos que estar nosotros, es no perder la confianza en Él cuanto todo indica que no aparece por ningún lado. Nos falta fe para aceptar sus designios, ahora entendemos aquellas palabras del salmista “mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos”, nuestra fe es una fe interesada, poco comprometida, superficial, casi al punto de que no la podamos llamar fe.
De nuevo aparece en nuestros labios la petición de los apóstoles cuando el mensaje de Jesús era demasiado exigente para ellos, “Señor, auméntanos la fe”. Esa es nuestra petición en el día de hoy, en el día de hoy y siempre, porque siempre nos quedaran pasos por dar, en lo que nos pide Jesús. La experiencia a la que nos invita hoy la liturgia, es a poner en palabras nuestra realidad no siempre positiva y a provocar el encuentro personal con Dios. Encuentro que nos dará la energía que necesitamos para seguir viviendo con ilusión las situaciones problemáticas de nuestra vida.
Padre Fernando Limón