El Instituto de Pastoral del Clero, ubicado en El Rodeo, La Ceja, Antioquia, Colombia, se dedica a acompañar a obispos, sacerdotes y diáconos de Latinoamérica. Su objetivo es ofrecer formación y apoyo pastoral para fortalecer el ministerio y la labor evangelizadora en la región.

Vigésimo octavo del tiempo ordinario: Lucas 17,11-19

Vigésimo octavo del tiempo ordinario
Un distintivo del discípulo de Jesús:
La gratitud
Lucas 17,11-19

Primer encuentro con Jesús: la petición de los diez leprosos a Jesús y su curación (17,11-14). Un grupo de diez leprosos sale al encuentro de Jesús para pedirles que los cure. En lugar de curarlos, Jesús simplemente los manda ir y mostrarse a los sacerdotes. Cuando ellos fueron en obediencia a su palabra, se dieron cuenta de que habían sido curados (por la fuerza interna de la obediencia a la Palabra). Al mencionar a los leprosos que “se pararon a distancia” se deja ver su doble desgracia: su enfermedad física y también su marginación social y religiosa. La situación de una persona sospechosa de lepra era grave, a ésta se le apartaba de la vida social y sólo si lograba curarse se le reintegraba, pero no sin pasar previamente por un riguroso “examen médico” y un ritual sacrificial en el Templo por parte de un sacerdote (Levítico 13-14). 

La petición de los leprosos (17,13). “Y, levantando la voz, dijeron: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Los leprosos parecen dirigirse a Jesús a los gritos. Lo llaman “Maestro”, un título que en la forma griega que se utiliza aquí (“epistats”), se escucha en boca de los discípulos y no de otras personas. Los leprosos entonces se están colocando en la fila de los discípulos, esto es bajo la autoridad del Maestro Jesús. Partiendo de esta actitud de sometimiento a la autoridad de Jesús, los leprosos claman su misericordia. El “Ten compasión de nosotros”, este “miserere” comunitario (ver Salmo 51,3ª). El clamar piedad indica que en la situación desesperada se admite que necesita definitivamente de la ayuda de otro y que de su buen corazón depende todo; todo depende de su gratuidad.

La respuesta de Jesús (17,14ª). Jesús los “ve” y les responde en estos términos: “Id y presentaos a los sacerdotes”. Lo que Jesús hace esta vez no es normal, porque la ida donde los sacerdotes supone que ya se ha superado la enfermedad. Por eso dicho envío tiene el valor de una prueba de la fe de los leprosos en el poder de la Palabra de Jesús. No se dice que Jesús dé –a distancia- una orden sobre la enfermedad. La curación se realiza por la fe de los leprosos en la palabra de Jesús, quien no les ha pedido nada distinto de lo que normalmente haría cualquier leproso estando ya curado. 

Segundo encuentro con Jesús: la acción de gracias del samaritano y la interpelación de Jesús (17,15-19). Uno de los curados no va donde los sacerdotes sino que emprende el camino de regreso donde Jesús. Se realiza entonces un segundo encuentro con Jesús. Si el primer encuentro sigue la dinámica de la “petición-respuesta”, este segundo sigue el de la “gratitud-salvación”; en ambos casos se describen aspectos de la experiencia de fe. Como lo hace notar el mismo Jesús en sus palabras finales, este segundo encuentro está en un nivel más alto que el primero y es una pena que no todos lo alcancen. El punto de partida del segundo encuentro con Jesús es la percepción –la toma de conciencia- de lo que el Maestro ha obrado en su vida. El “ver” lo pone en movimiento hasta quien hizo posible su curación. La vieja normativa levítica de ir donde el sacerdote para él queda atrás, el nuevo centro del cual irradia la acción de Dios es el Mesías Jesús. El leproso se coloca en la lista de los personajes que en el evangelio saben reconocer la obra de Dios en Jesús: aquellos que no sólo ven la mano que les ofrece dádivas sino la identidad del rostro de quien los ayuda. Y esto es tan importante que hasta el mismo evangelio de Lucas concluye finalmente con una alabanza por parte de la comunidad de los discípulos (24,53).

La expresión de gratitud a Jesús acompañada de un gesto de postración profunda: “postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias”. En el lenguaje corporal en el mundo de la oración este gesto indica sometimiento, respeto, abandono, adoración, entrega. De esta manera se reconoce la grandeza de Dios y se le consagra completamente la vida. Llama la atención que en este caso sea ésta la manera de “agradecer”: la gratitud no se queda en una expresión verbal que dice lo reconocido y obligado que se está con Jesús, quien ha mostrado su favor, sino que se abren las puertas para una relación más honda con él y en la cual se le ofrece la vida entera en un impulso de amor total. La gratitud se expresa con la oblación de sí mismo, así el amor recorre su doble vía. El acto de culto del leproso samaritano –doblemente marginado por su raza y por su enfermedad- muestra que estamos ante la nueva realidad del Reino: los “pequeñitos” son los que comprenden la revelación, no los “entendidos” (Lc 10,21). 

El envío del samaritano (17,19). Las últimas palabras de Jesús son para el samaritano: (1) le ordena levantarse de la adoración y (2) seguir su camino. Si comparamos los otros casos en los que Jesús dice una frase similar, entenderemos que lo que Jesús hace no es despedirlo sino invitarlo al seguimiento (ver 7,50; 8,1-3; y más claramente el caso del ciego donde al “vete” se le responde con el “seguir”, 18,42-43). Con los dos imperativos que pronuncia (“levántate y vete”), Jesús sigue comportándose como “Maestro”. La primera orden de Jesús, llevó a los diez leprosos a aprender la obediencia de la fe; en esta segunda orden dirigida al único que volvió para agradecer, la fuerza de la Palabra de Jesús inserta al hombre sanado en la dinámica viva del discipulado (que no es sino el ejercicio continuo de la fe en todos los aspectos de la vida).

Y viene la tercera y última frase de Jesús, que es una bella declaración que sintetiza todo lo vivido en los dos encuentros con él: “Tu fe te ha salvado”. La fe ha sido la causa de la curación y de la salvación. No se quiere decir que los otros no hubieran tenido fe, el punto es que su fe era incompleta porque no expresaron la gratitud. Esto es importante. Jesús hace notar estas diferencias: (1)  La relación con Dios que se ejerce en la oración debe integrar muy bien la “petición” y el “agradecimiento”. No sólo recibir sino también dar, siempre en esta doble vía debe caminar la oración. Frente a los dones recibidos Jesús dice expresamente que hay que “dar gloria a Dios” (17,18); (2) La salvación no es solamente la recuperación de la salud sino la acogida del Reino de Dios en la persona de Jesús. Esto es, la curación no es un simple favor para superar un estado de sufrimiento sino que toca lo más profundo del ser: lo hace desbordar de amor. Por eso la persona que agradece experimenta una salvación que va más allá de la simple curación física: ¡un cambio en la orientación interior!

                                                            Fidel Oñoro, cjm – Centro Bíblico del CELAM

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