El Instituto de Pastoral del Clero, ubicado en El Rodeo, La Ceja, Antioquia, Colombia, se dedica a acompañar a obispos, sacerdotes y diáconos de Latinoamérica. Su objetivo es ofrecer formación y apoyo pastoral para fortalecer el ministerio y la labor evangelizadora en la región.

Vigésimo sexto del tiempo ordinario – 28 de Septiembre de 2025

EL RICO AVARO Y EL POBRE LÁZARO:
Justicia y misericordia en el discipulado de Jesús
Lucas 16, 19-31

Un rico que usó mal su riqueza (16,19). “Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas”. Un hombre que posee abundantes recursos económicos, se permite un estilo de vida suntuoso. Jesús lo describe así:

(1) “Era un hombre rico” (16,19ª). La mención es genérica, no se refiere a ninguno en particular, lo cual es una invitación para que cada uno revise su conducta. (2) “Vestía de púrpura y lino fino” (16,19b). Se viste a la manera de los reyes y altos dignatarios, con ropas llamativas y del más alto precio. La ropa teñida de púrpura y el lino fino son conocidos en la Biblia como ropa de ocasiones solemnes. La forma verbal deja entender que no era una cuestión ocasional. (3) “Celebraba todos los días espléndidas fiestas” (16,19c). Ahora se dice de manera explícita que su conducta es habitual. Este rico se puede permitir ofrecer una fiesta cada día con opíparas comidas. El “espléndidamente” muestra la suntuosidad de sus fiestas y sugiere generosas inversiones. 

Un pobre que no recibió caridad (16,20-21). La descripción del pobre es un poco más extensa y cuidadosa: (1) “Y uno pobre, llamado Lázaro” (16,20ª). A diferencia del rico, el pobre tiene nombre. El nombre Lázaro tiene una significación: el término hebreo La‘azar es una abreviación de ’el‘zr, “Aquél a quien Dios ayuda”. El detalle vale la pena porque es el único caso en el que Jesús le pone nombre a un personaje en sus parábolas. El significado anotado apunta a la misericordia de Dios que piensa prioritariamente en el pobre. Además, Lázaro parece encajar en el perfil del israelita piadoso: sin tierra, sin posesiones, sin herencia, sólo Dios es su herencia (ver Salmo 16,5). (2) “Echado junto a su portal”: Incluso la casa del rico es opulenta: tiene un vistoso portal. (3) “Cubierto de llagas” (16, 20c): Su salud está deteriorada. No sólo su triste apariencia sino hasta su olor se insinúa aquí. Quizás lo mantienen a distancia para provocar asco y no arruinarles el apetito a los comensales. “Deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico”: El estado de Lázaro llega aquí a su nivel más lamentable. Su “deseo” no satisfecho nos recuerda la deplorable situación del hijo pródigo cuando llegó al punto más bajo (ver 15,16). (5) “Pero hasta los perros venían y le lamían las llagas”: La situación es dolorosa, los perros empeoraban las heridas con sus lamidos y lo hacían ceremonialmente impuro.

Una lamentable indiferencia. Lo que la descripción de los personajes ilustra es la indiferencia del rico hacia el pobre. El rico exhibe su avaricia pensando solamente en sí mismo (ver 12,19), manteniéndose a distancia y sin hacer absolutamente nada por ayudar al mendigo. El perro que lame las llagas de Lázaro –intentando al menos limpiarle las heridas- parece portarse mejor que el rico. La falta de caridad es total.

La situación del rico y el pobre en su existencia más allá de la muerte (16,22-31). Ahora la parábola invierte completamente la situación. El punto de partida es el momento de la muerte y, luego, después de describir el estado post-mortem de cada uno, la parábola nos hace asistir al diálogo que hace salir a flote una brillante reflexión. Como si estuvieran recordando los Salmos sapienciales sobre el destino del pobre y del rico, la parábola muestra que ambos tienen algo en común: la muerte. Sin embargo se hace notar una diferencia: (1) Dios, como dice el Salmo 72,12, sostiene -ver la imagen de los ángeles “elevando” a Lázaro- “al afligido que no tenía protector”. Dios se ocupa de Lázaro. (2) En cambio del rico solamente se dice: “fue sepultado”. No hay honores celestiales (ni tampoco terrenales).

La parábola entonces concentra su atención en el rico, quien toma la palabra para hacerle dos solicitudes a Abraham. (1) Primera petición: una gota de agua para mitigar el tormento (16,23-26).  Lo que pide es, ante todo, un gesto mínimo y humilde de misericordia con él en medio de la gran necesidad: “una gota de agua”. El rico parece imaginarse que todavía puede humillar a Lázaro poniéndolo a hacer mandados. Pero la ironía es evidente: pide que Lázaro se ocupe de sus necesidades, cuando en vida él no hizo absolutamente nada por el pobre, ni siquiera “lo vio”. Aunque el hecho de que conozca el nombre de Lázaro nos hace precisar: se negó a verlo, porque evidentemente sabía de él. La respuesta es la esperada: “Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él está aquí consolado y tú atormentado” (16,25). (2) Segunda petición: evitarle a sus hermanos el mismo destino (16,27-31). Llegamos al final de la parábola asistiendo al momento en que el rico mismo hace la aplicación. La mirada se dirige de nuevo al mundo terrenal, donde la descripción inicial se sigue repitiendo. Ubicándonos virtualmente en el tiempo futuro, se nos muestra cómo es que se puede cambiar el presente. El rico admite su destino, escuchemos su segunda petición: “Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’” (16,27-28). Hace un nuevo esfuerzo para incidir en lo que todavía es posible: prevenir a sus hermanos para que no corran la misma suerte que él. Al pedir de nuevo que envíe a Lázaro el rico que ya no tiene potestad sobre él. El tiempo de Dios aquí en la tierra es tan serio, que se tendrán que asumir las opciones cuando ya todo sea irreversible. Con la muerte se llega al fin del tiempo de las opciones. El rico se remite acertadamente al poder de la predicación de la Palabra. La idea es que sus hermanos caigan en cuenta que su estilo de vida los conducirá al lugar de tormento, como efectivamente lo podría testificar con credibilidad alguien que ya haya estado en el mundo de la muerte. Esto implica un hecho milagroso. Pero como ya estaba demostrado, sería inútil, puesto que ni con los milagros de Jesús muchos estuvieron dispuestos a convertirse (ver 7,18-35; y también la historia de otro también llamado Lázaro, cuya resurrección no logró la conversión de las autoridades judías, en Juan 12,10). Para lo que el rico ahora quiere lograr, la solución ya estaba dada, era cuestión de aprovecharla: “Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’” (16,29). Jesús recuerda que a pesar de su venida, la Ley sigue siendo válida (ver 16,17). La ley y los profetas siguen siendo escuchados todos los sábados en la sinagoga y en la Palabra de Dios tienen la fuerza para el camino de conversión.

En el momento de plantear la problemática, el énfasis de la parábola va sin duda en dos direcciones: la carencia del “ver” y  la carencia del “escuchar”: (1)    El rico no ve: no vio a Lázaro en la puerta de su casa, su riqueza elevó un muro entre él y su alrededor. No es capaz de ver, de apreciar el mundo real. (2)    El rico no es capaz de escuchar, porque todo se encuentra en el rollo de Moisés y los Profetas: ¡Basta escuchar para encontrar lo que se busca! Entonces, no hay disculpa para una vida egoísta y falta de solidaridad. Para reconocer y cumplir la voluntad de Dios basta leer y comprender la Biblia que nos habla del amor a Dios que se hace concreto en el amor al prójimo. 

Fidel Oñoro, cjm – Centro Bíblico del CELAM

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