La acción del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia por medio de los sacramentos.
Solemos decir que el Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia por que realiza en ella algunas de las funciones que el alma realiza en el cuerpo: la vivifica, la empuja a la misión, la unifica en el amor. Es el Maestro interior que habla con el corazón del hombre, le descubre los misterios de Dios, le hace discernir lo que es agradable a Dios.
El vínculo de la Comunidad no puede ser otro, sino el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Cf. RM 5, 5). Un amor que es obvio y efectivo de tal manera que desde afuera se llega a decir como de nuestros primeros hermanos en la fe: “miren cómo se aman”. Este amor se manifiesta especialmente en la unidad de fe, criterios y valores que rigen el estilo de vida.
En la comunidad existen variedad de carismas, pero es un solo espíritu, hay diversidad de ministerios, pero un único espíritu.
La Comunidad Cristiana, integrada por personas evangelizadas, es a su vez evangelizadora por su propio estilo de vida, mostrando al mundo que existe, que hay una mejor manera de vivir. No se basa en los criterios consumistas o de prestigio y poder que rige las relaciones en nuestra sociedad, sino un estilo de vida basado en los valores del Evangelio. La comunidad en este sentido es testigo de que el Reino de Dios ha llegado y que estamos viviendo ya sus primicias. Estas comunidades, y no individuos aislados, serán quienes transformen el mundo y sus estructuras injustas.
Si no nos atrevemos a dar el primer paso de formar verdaderas comunidades donde exista la unidad del Espíritu, sin rivalidad ni competencias, buscando más servir que ser servidos, jamás experimentaremos la vida en abundancia traída por Jesús.
Queridos hermanos, esta es una invitación para formar verdaderas comunidades movidas por el Divino Espíritu, empezando por nuestro presbiterio.
P. carlos Alberto Castaño Arango