LA ESPIRITUALIDAD DE COMUNIÓN CON EL ROMANO PONTÍFICE

Es bien sabido por nosotros que una de las funciones del ministerio sacerdotal es la de ser colaboradores del orden episcopal; así lo deja claro el numeral 1567 del catecismo. Sin embargo, y desafortunadamente, en ocasiones se ha entendido esta colaboración como una subordinación jerárquica negativa, exenta de todo tipo de afecto y respeto hacia la figura de quienes participan en modo pleno del sacerdocio ministerial. Tal vez por esta razón, y con sobrada razón, la Iglesia ha invitado siempre a la vivencia de la espiritualidad de comunión con el obispo, y de modo especialísimo con el Romano Pontífice, cabeza visible de la Iglesia y símbolo de unidad. No pocas veces es motivo de escándalo la falta de comunión con el obispo o con el Papa, quienes nos han engendrado como sacerdotes para el servicio del pueblo santo de Dios.

El triste acontecimiento que enluta a toda la Iglesia Universal en este momento, por la muerte del Santo Padre Francisco, hace necesaria una seria reflexión sobre la necesidad de vivir esta espiritualidad de comunión de un modo más efectivo y afectivo, pues no pocos miembros de la Iglesia, incluyendo a muchos ministros ordenados, manifestaron de modo totalmente acrítico juicios contra la figura del Papa, causando confusión y división en muchos ambientes eclesiales y extra eclesiales. Esto desdice gravemente de nuestra condición sacerdotal, pues atenta contra la unidad y la fraternidad, pues impide al obispo ejercer su paternidad espiritual y a nosotros, sacerdotes, la posibilidad de vivir una relación de afecto filial para con quien nos engendró en Cristo para el servicio del pueblo santo de Dios.

Así se expresó el papa Francisco el 27 de febrero de 2020 con el clero de la diócesis de Roma, de la que es obispo, sobre los problemas de comunión entre los sacerdotes y los pastores (obispos): “todos tenemos faltas en lo pequeño y en lo grande” […] “mucha amargura en la vida del sacerdote viene dada por las omisiones de los Pastores” […] “el verdadero problema que amarga no son las “divergencias” y tal vez ni siquiera los ‘errores’, sino dos razones muy serias y desestabilizadoras para los sacerdotes. La primera, una cierta deriva autoritaria suave: no se aceptan a aquellos que piensan diversamente. La parresia es enterrada por el frenesí de imponer proyectos. El culto de las iniciativas está reemplazando lo esencial: una fe, un bautismo, un Dios Padre de todos. Y la adhesión a las iniciativas corre el riesgo de convertirse en la vara de medir de la comunión. Pero no siempre coincide con la unanimidad de opinión. Los sacerdotes deben estar en comunión con el obispo y los obispos en comunión con los sacerdotes: no es un problema de democracia, sino de paternidad[1]”.

En este tiempo pascual es propio escuchar el relato de la mañana de resurrección consignado en el capítulo veinte del evangelio de san Juan. Allí podríamos encontrar un bello ejemplo de lo que significa la espiritualidad de comunión entre los presbíteros y obispos con el Papa. Este pasaje de san Juan relata cómo ante el anuncio del sepulcro vacío, realizado por parte de María Magdalena, Pedro y el otro discípulo salen corriendo hacia el sepulcro. Aquí san Juan se centra en un detalle curioso que no pasa desapercibido: “Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró” (Jn 20,3-5). Además de ser la prueba escriturística de una espiritualidad de comunión naciente, podríamos afirmar que la actitud del otro discípulo con Pedro es del todo admirable, pues reconoce en él, por el ministerio a él confiado por el Señor, alguien digno de respeto y como el encargado de confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22,32). Sí, a pesar de la contradictoria figura de Pedro, narrada por los evangelistas, y tal vez a la par de la misma, se presenta la importancia de su ministerio para la primera comunidad cristiana.

Nosotros, sacerdotes del siglo XXI, llamados a fundamentar más nuestra fe en las Sagradas Escrituras, deberíamos esforzarnos más por beber de esta Fuente perenne de espiritualidad para acrecentar nuestra comunión con la figura de quienes han sido puestos como signos de unidad y comunión del pueblo cristiano, como lo son los obispos y el Papa, de modo que podamos trascender todo tipo de conflictos entre nosotros, sobre todo aquellos causados por las debilidades humanas de quienes lideran al pueblo santo de Dios que es la Iglesia, dando ejemplo de un amor fraternal no fingido entre nosotros.

[1] https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2020-02/papa-francisco-discurso-clero-roma-no-sacerdotes-aislados.html

Padre Carlos Andrés

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