Homilía domingo 8 de diciembre, Inmaculada Concepción

La dicha de la Inmaculada: ver a Dios

Hay miradas que matan. Hay miradas escrutadoras… hay miradas de ternura (la de una mamá). Hay miradas de interrogación. Hay miradas de reprensión, de regaño, duras. Hay miradas de alegría, otras de sorpresa y de admiración (ojos abiertos como platos). Hay miradas de cariño y de amor…

  1. Dios es el primero que mira a María… y María se da cuenta. Hay un cruce de miradas.

Y justamente la mirada de Dios a María es una mirada de AMOR, de amor creador. Dios posee una mirada creadora y misericordiosa. Es la mirada de Dios, una mirada creadora porque transforma y engrandece. Dios ha fijado sus ojos en María, poniendo en ella su fuerza y su ternura.

María descubre unos ojos que la contemplan con amor: María descubre que vale mucho porque alguien la miran y gozosamente exclama: «se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (Lc 1,47).

La mirada de Dios transmite su grandeza creadora: ha creado a los hombres para poder mirarles y complacerse en ellos. Pero Dios ha fijado sus ojos especialmente en María, el Creador la contempla a ella.

Todos nosotros, cuando cometimos pecado, y desde el pecado original le damos la espalda al rostro del Creador. Y no podemos contemplarlo. En efecto, con la caída el hombre perdió su semejanza con Dios (Gn 1, 26), su lugar original.

Pues bien, María ya no tiene que esconderse de su desnudez pecadora, como lo hicieron Adán y Eva (cf. Gn 3, 7-11).María mantiene la mirada de Dios y entonces María en un gesto de amor y transparencia, responde a la mirada amorosa de Dios diciendo en plena libertad: «He aquí la sierva del Señor» (Lc 1,38). Por eso, María ha respondido, sostiene la mirada: «ha hecho en mí cosas grandes aquel que es poderoso» (Lc 1,49).

María descubre una mirada que le mira, unos ojos que la contemplan con amor y con misericordia. Reconoce lo mucho y  grande que Dios hace en ella. María descubre su valor porque la miran y gozosamente exclama: «se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (Lc 1,47). María descubre la mano de Dios en la historia.

Ella comprende que los planes de Dios son completamente al revés de los planes del mundo. María ve a Dios en estos actos y se alegra por ello. Al elegirla, Dios está prefiriendo a los pobres. María representa el clamor y la esperanza de los sencillos que ponen su corazón en el Señor. Por eso María se ve llena de gracia, por eso se atreve a profetizar que todos los siglos la llamarán bienaventurada, porque ha sido mirada por Dios.

María se siente envuelta por la mirada de Dios, que pone sus ojos en los humildes y en los pobres (cf. Lc 1, 47-56). Dios no es un Dios indiferente al sufrimiento y humillación humana, no vuelve el rostro ante la injusticia y la violencia contra los indefensos, sino un Dios que «mira» la humillación y opresión de su pueblo. Así lo experimenta la Virgen María.

  1. La Bienaventurada Virgen María “limpia de corazón”, ve a Dios.

La Virgen María no necesita gafas para mirar bien porque ha sido la persona humana más limpia de corazón, a la que Dios ha hallado digna no sólo de admitirla en su presencia, sino de hacerla santuario de su presencia, Madre de su Hijo eterno, Jesucristo. En la Anunciación, el ángel Gabriel le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Su pureza de corazón y su plenitud de gracia le permiten que el Señor la llene con su presencia personal: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios» (Lc 1,30-31). María acoge en su propio seno al Hijo de Dios. La presencia divina, por obra del Espíritu Santo, la llena desde dentro: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). María lleva dentro de sí al Santo de los santos; no sólo puede estar en presencia de Dios, sino que lo contempla amorosamente dentro de sus entrañas maternales. María tiene una mirada de lince, de águila y además es la mirada humana más pura y bella que podemos encontrar.

  • María ve a Dios con los ojos de la fe: «Dichosa la que ha creído»

En algunas circunstancias, vemos que María sí se pone unas gafas, unas especiales, de tercera dimensión: 3D. y son las gafas de la FE.  Por eso, María es bienaventurada porque ha creído.

La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a cara» (1 Cor 13,12), «tal cual es» (1 Jn. 3,2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna: «Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como reflejadas en un espejo, es como si poseyésemos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día».

El misterio de la Inmaculada Concepción no sólo hace alusión exclusiva a la obra de Dios en María, a la preservación de toda mancha de pecado original y personal, sino que es, además, la celebración de la fidelidad guardada por María a la gracia de Dios a lo largo de toda su vida. Nació a esta vida mortal siendo desde el primer instante inmaculada, hija de la luz y nació a la vida eterna habiendo conservado SU MIRADA encendida por la lámpara de la FE.

Aunque María tenía la mirada más hermosa y atrayente del mundo, y se ponía las gafas de la fe, aún no podía ver a Dios cara a cara, no tenía  la visión beatífica, porque seguía caminando en este mundo que es un valle de lágrimas.

  1. La visión beatífica de María contempla el rostro de Dios cara a cara.

La Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como “llena de gracia”. «Preservada libre de toda mancha de pecado original (LG. 59), la hermosa Virgen de Nazaret que no tenía el pecado original cuando llegó al cielo, no podía ver a Dios. 

        ¿Qué pasa, por qué no puedo ver a Dios? Se preguntó la Virgen María. Era mucha luz, mucho resplandor, demasiada belleza, excesiva hermosura… Entonces un Arcángel se acercó a María con un colirio marca LG, que en latín se lee Lumen Gloriae (es decir: Luz de la Gloria) y se lo aplicó a los ojos de María y comenzó a ver, a mirar, a contemplar a Dios y sintió que todo su cuerpo y su alma se transfiguraban en Dios. Así, María pudo tener un eterno cara a cara con su Creador, con el que le miró primero a Ella.

 María es mi “gran señal”, que me asegura la esperanza de ver a Dios  tal cual es y  confirma mi anhelo de verlo cara a Cara. María es “imagen y comienzo de la iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la edad futura” (LG 68) Y además, Ella, desde la gloria de los cielos en donde ha sido coronada como reina, “cuida con caridad maternal de los hermanos de su Hijo” para que, superando las pruebas de la vida, podamos alcanzarla “en la patria bienaventurada” (LG 62).

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