Este octavo día de celebración de la Resurrección se une al domingo anterior para seguir proclamando que Cristo ha vencido la muerte y ha recobrado la vida que le había sido arrebatada por sus enemigos.
Durante una semana de nueva creación hemos revivido una serie de encuentros con el Verbo de Dios, el hombre perfecto resucitado de entre los muertos, quien es el centro del género humano, la alegría de cada corazón y la plenitud de sus aspiraciones, como nos enseña el Concilio Vaticano II (GS 45).
Para culminar esta serie de encuentros, el evangelio de este domingo nos presenta un itinerario de fe pascual bien elaborado.
En la primera parte, en Juan 20,19-23, Jesús resucitado se le aparece por primera vez a la comunidad reunida en el cenáculo y les hace vivir la experiencia pascual. Esta primera parte responde a la pregunta: ¿Qué dones trae para mí el Resucitado?
En la segunda parte, en Juan 20,24-29, Jesús resucitado se aparece a la comunidad “ocho días después”, esta vez estando presente Tomás, quien pone en duda la veracidad de la resurrección de Jesús. El mismo Jesús lo conduce a la fe pascual. Surge entonces la pregunta: ¿Cómo pueden llegar a creer en Jesús las personas que no han visto directamente a Jesús resucitado como lo vieron los apóstoles? El texto termina con una anotación conclusiva del evangelista Juan, en Juan 30-31. En estos dos versículos el cuarto evangelio se presenta todo él como un camino de fe pascual. Al condensar en sus pasos fundamentales el camino vivido y proyectarlo como modelo hacia el futuro, se plantea la pregunta: ¿Qué pretende suscitar la proclamación del Evangelio, en cuanto anuncio de los signos del Resucitado para las personas y comunidades de todos los tiempos?