MATEO 9, 36-10, 8: MISIONEROS DE LA MISERICORDIA (I): EL ENVÍO PARA REVIGORIZAR A UN PUEBLO MALTRATADO

Observemos en el evangelio de hoy, cómo todo parte de las entrañas de misericordia de Jesús. Él experimenta sentimientos “maternos” ante su pueblo, los sentimientos de un buen pastor frente a su rebaño, el cual es visto con la mirada misma de Dios. Es de aquí que brota la misión.

Cómo ve Jesús la situación del pueblo: la grey abandonada y la mies madura (9,36-38). Dos imágenes pasan al primer plano para describir la situación del pueblo que requiere del anuncio de la Buena Nueva del Reino: la de un rebaño maltratado y disperso que hay que pastorear y la de la mies madura y abundante que hay que cosechar. Una imagen pastoril y una imagen agrícola sirven para pintar el panorama en el cual se va a realizar una misión que no admite dilaciones.

El rebaño maltratado y disperso (9,36) “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor”. Según el punto de vista de Jesús, el pueblo está cansado y agotado: es como un rebaño sin pastor. Jesús ve más allá de las apariencias, capta la realidad profunda. Jesús no permanece indiferente. Mateo nos dice: “Sintió compasión”. Esta compasión es una expresión profunda de la sintonía y la participación de Jesús en el dolor de la gente: él siente lo que ella siente, lo que la gente vive él lo percibe en lo más hondo de su ser. Jesús no es uno más que se mira con desprecio a su pueblo, Él ve la situación real y se compromete a ayudarla. Esta misma “compasión” se le requerirá al discípulo.

Una visualización del campo misionero: “Estaban vejados y abatidos…” Estamos ante dos palabras impresionantes para describir gráficamente el estado de la gente: (1) “Vejados” o también “maltratados”. Llama la atención en el uso de estos dos términos el que la situación sea el resultado de una irresponsabilidad de agentes externos que obran con violencia, saña y codicia. Como se verá enseguida, aquellos que estaban llamados para darle vida y ánimo al pueblo, hicieron todo lo contrario: lo aplastaron.

“…Como ovejas que no tienen pastor”. Llama la atención que en esta ocasión Jesús no ve las personas de forma individual, Jesús se ocupa de todos y congrega al pueblo de Dios. La metáfora “como ovejas que no tienen pastor” describe: – Un pueblo abandonado a su propia suerte; Un pueblo sin cohesión y, por eso, necesitado de un liderazgo que lo mantenga unido; Un pueblo disperso, sin un fin unitario y una jerarquía de valores comunes, que vaga sin proyecto ni meta; Un pueblo entregado a sus enemigos, expuesto a todo tipo de influencias y los intereses de líderes egoístas y codiciosos, corruptos que sólo piensan en sacar ventaja de él.

Porque está cansado, presionado, empujado de un lado para otro por fines e influencias contradictorias, el pueblo ya no da más, ya ha gastado todas sus energías y ha perdido toda esperanza. Frente a los pastores de Israel que han descuidado su deber y frente a este panorama desolador de un pueblo en ruina sicológica, moral y social, Jesús se presenta como el buen pastor de su pueblo. Pues bien, la percepción del sufrimiento y la misericordia que proviene del interior de Jesús lo lleva a una acción concreta que se materializa en curaciones e incluso en resurrecciones. En este pasaje, la misericordia impulsa a Jesús a dos acciones específicas: (1) una invitación a la oración y (2) a un envío a la misión que es una misión de sanación. El Reino de Dios se lleva a cabo en la victoria sobre el mal, del cual la enfermedad es un signo.

La oración al dueño de la mies. Jesús no les pide a sus discípulos que proyecten su propio programa para ayudar al pueblo, sino que los invita a orar al dueño de la mies para que mande obreros. El “dueño de la mies”: (1) Se refiere a Dios como creador, él es “Señor del cielo y la tierra” (11,25). (2) Implica que este pueblo “es de Dios”: Dios es el Señor del pueblo y todo lo que se refiere al pueblo está bajo su señorío. (3) Nos recuerda que es Dios quien hace madurar el tiempo del mundo, quien guía la historia de su pueblo y, ahora, en el tiempo decisivo, espera los frutos de justicia y también se ocupa paternalmente de su pueblo oprimido. Es curioso que Jesús haga orar a los mismos que está a punto de enviar al campo misionero. La misión proviene de Dios, el compromiso cristiano en el mundo no es simple altruismo: el pueblo y su situación no es un laboratorio para hacer experimentos sociales y religiosos, no es el espacio para que cada uno haga su interpretación y proponga programas de ayuda meramente humanos. La oración por el envío de los misioneros es importante porque quien desee ayudar verdaderamente al pueblo no puede presentarse por iniciativa propia: debe ser enviado por el “dueño de la mies”.

Compartir los mismos sentimientos de Jesús frente a la realidad del pueblo llevará a los misioneros finalmente a gastar junto con él la vida entera para congregar al Pueblo de Dios, fuerte y vital como lo quiere su creador y Señor. El amor de Dios que Jesús ha hecho presente en la praxis del Reino y que ha tenido su cumbre en ofrenda de su vida, ha sido un don gratuito y generoso para nosotros. Nuestra entrega a Dios y a los demás no puede ser diferente. ¡El amor no conoce cálculos ni medidas!

P. Fidel Oñoro, cjm – Centro Bíblico del CELAM 

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