“Nada que entre de fuera hace impuro al hombre”

MARCOS 7, 1-8: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí

La Palabra de Dios, en el Antiguo Testamento, enseñaba que había cosas o actitudes que dejaban al hombre en falta frente a Dios, lo “manchaban”, de forma que la persona no podía participar del culto, ni tampoco tratar con los otros miembros de la comunidad.

Por ejemplo: La lepra hace impuro a quien la padece; quien toque o coma ciertos animales (vg. reptiles), queda impuro; lo mismo sucede a quien toque un cadáver.

Para salir de esta impureza había que cumplir con ciertos rituales. ¿Qué sentido tenía todo esto? No se trataba simplemente de gestos exteriores (no son superstición). La idea de fondo es que Dios es Santo, y por eso mismo los hombres no pueden acercarse a Él de cualquier manera, sino que deben disponerse dignamente para este encuentro. La pureza exterior, reglamentada con tanto cuidado, debía ser una señal exterior de la verdadera pureza: la que debe llevarse en el corazón. Lo importante es que esa pureza de corazón, que enseñan y alaban los profetas y los salmos, y que enseña Jesús en el Evangelio de hoy cuando se les reprocha a sus discípulos el no cumplir con las leyes externas.

Pero Jesús no solamente retoma y recuerda lo que enseñaba el Antiguo Testamento (honrar a Dios con el corazón, y no sólo con los labios), sino que propone una verdad aún más profunda: lo que verdaderamente mancha a los hombres no es lo que viene desde afuera. Las “manchas” que ofenden a Dios son las actitudes de un mal corazón… Y por ende para poder agradar a Dios hay que buscar la pureza de corazón. Felices los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios.

¡Qué hermoso poder presentarse ante Dios para alabarlo!, pero, nos dice el salmo responsorial: Señor, ¿quién puede entrar en tu santuario? El no comer ciertas cosas, no tocar otras, lavarse y limpiarse prescrito en el Antiguo Testamento no quiere ser sino una señal exterior de la pureza de corazón, enseñada por los salmos y profetas, viviendo de una manera digna de Dios…

Jesús lleva a plenitud esta ley. Y en el Evangelio de hoy declara que lo puro y lo impuro está determinado por un buen corazón que ama al Señor y busca cumplir en todo su voluntad, o un mal corazón, que es por eso mismo fuente de pecados que manchan al hombre y lo hacen impuro… Así, y sólo así debe entenderse lo de los alimentos impuros, animales impuros, cosas impuras: una pedagogía de Dios para mostrar la verdadera pureza.

Puro es lo que sale de un corazón purificado por Dios. Y el que tiene un corazón puro no sólo podrá ir al templo, sino que podrá ver a Dios y vivir para siempre con Él.

Jesús enuncia una larga lista de trece acciones culpables, que proceden de un mal corazón, y que son las que realmente manchan al hombre… No el cuerpo sucio o deformado por la enfermedad, sino el corazón sucio o enfermo por el odio, la maldad, la envidia, la indiferencia, la avaricia, la soberbia, la lujuria. Y esto es plenamente actual, hoy, para nosotros y nuestro tiempo. Hay quienes se sienten satisfechos por el cumplimiento meramente exterior de los compromisos religiosos, sin preocuparse por las repercusiones interiores que el trato con Dios debe tener en toda nuestra vida: “Cumpli-miento”= cumplo, y miento.

Uno puede ir a Misa para encontrarse de corazón con Dios… o para despacharlo hasta la semana que viene… Y lo mismo la oración… la limosna, y todas las prácticas de piedad. Si nuestros gestos exteriores no están sustentados por un espíritu sincero, pueden convertirse en meras formalidades, en trampas que anestesian nuestra conciencia y nos impiden un compromiso profundo con la realidad.

Como los fariseos del Evangelio de hoy, corremos siempre el riesgo de quedarnos en exterioridades, confundiendo la santidad con algunos signos exteriores, y olvidando el interior: el corazón, fuente de las intenciones del hombre (buenas y malas), y por ende lo que define moralmente a la persona.

+ O puede ocurrirnos que pensemos (erróneamente) que el pecado es algo “flotando” en el aire, y se nos pega incluso sin que nos demos cuenta; una “mala onda” que hay que conjurar con no sé qué extraños ritos; o un “daño”, que otros pueden hacerme en contra de mi voluntad; o que la santidad es una mera norma exterior, que “cumplimos” por rutina, distraídamente, o incluso por figuración o con intención no del todo pura.

+ “Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Esta es la verdadera situación del hombre respecto del pecado. Nadie peca sin querer o por casualidad. Para que haya pecado tiene que haber mala intención en el corazón. Eso es lo que determina el pecado, incluso aunque esa mala intención no llegue a ponerse en obra: el que odia en su corazón… el que mira con mal deseo… ya ha manchado su corazón con el odio y el acoso (¿qué es a-cosar, sino tratar a las personas como si fuesen cosas?)

Y la verdadera santidad pasa también por el corazón… Un corazón purificado por la Gracia de Dios es el que produce obras de santidad. De nada sirven actos puramente exteriores, hechos sin ninguna intención de comprometerse personalmente, profundamente con el Señor (así en las oraciones, limosnas, peregrinaciones, colaboraciones, visitas a santuarios, promesas, etc.).

Una última consideración: puro de corazón es quien busca agradar a Dios, y sólo a Él… Esta rectitud de intención es fundamental… Fruto de esta pureza de corazón es una enorme libertad, y una conciencia de las cosas claras como son. Libertad que contrarresta la esclavitud, tan sutil como peligrosa, de depender demasiado de los juicios humanos…

A todos Jesús nos pide que examinemos de qué corazón proceden nuestras obras: si de un corazón esclavo, impuro, egoísta… o de un corazón puro, que se purifica incesantemente en la búsqueda del Rostro y la Voluntad del Señor… como María…

Padre Fernando

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