MARCOS 9, 30-37: ¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?
En este domingo, la Pasión de nuestro Señor resonará dos veces: en el libro de la Sabiduría, se recalca de un modo impresionante la hostilidad de los impíos contra el justo; en el evangelio es Jesús quien anuncia su propia pasión. El Sal 53 hace de puente para comprender el misterio del sufrimiento del inocente, ya que trae a la memoria que es Dios mismo quien sostiene la vida del justo. Se entiende así cómo Jesús anuncia con tanta crudeza su destino doloroso, se encamina a la cruz, pero su mirada la tiene puesta en Dios que lo sostendrá: “al tercer día resucitará”.
Hoy escuchamos el segundo anuncio de la pasión, esta vez en Cafarnaún, que acentúa el tema de la entrega, palabra clave en el relato de la pasión. A los discípulos no les entra en la cabeza que el Mesías pueda ser entregado en manos de sus enemigos y ser ejecutado, ellos piensan que el Mesías debe prevalecer sobre los enemigos infringiéndoles una derrota definitiva. Es por esto que apenas Jesús se calla, inmediatamente se ponen a discutir sobre quién es el más grande, seguramente pensando en la gloria terrena del Mesías victorioso y del “reparto” de poderes para sus ministros.
Jesús aprovechará esa circunstancia para corregir y adoctrinar a sus discípulos sobre el sentido de su seguimiento: “no he venido a ser servido, sino a servir”. Una vez más, nos relata el evangelista la dificultad de los discípulos para comprender que la verdadera grandeza consiste en servir, que la humildad es una virtud cristiana por excelencia, porque nuestra perspectiva humana considera que el que sirve está abajo, no es el primero, sino el último, mientras que el que es servido se encuentra en el puesto más alto de la sociedad.
La enseñanza de Jesús nos pide que apreciemos no los honores, sino el servicio desinteresado. Para ilustrar esto, Jesús coge a un niño y lo pone en medio y, abrazándolo, dice a sus discípulos: “quien acoja a uno de estos niños en mi nombre, a mí me acoge. Quien me acoge a mí acoge al que me envió”. De este modo, nos hace comprender que el servicio consiste en acoger a los más humildes. La afirmación es sorprendente: en los pequeños, en los indefensos, en los pobres, en los enfermos, en aquellos que la sociedad rechaza y aleja, está presente Jesús; es más, está presente el Padre.
El Señor les descubre su conciencia, y no tanto responde a sus palabras cuanto a su pasión. Porque: Llamando a sí—dice el evangelista—a un niño pequeño, les dijo: Si no os cambiáis y os hacéis como este niño pequeño, no entraréis en el reino de los cielos. Vosotros me preguntáis quién es el mayor y andáis porfiando sobre primacías; pero yo os digo que quien no se hiciere el más pequeño de todos, no merece ni entrar en el reino de los cielos. Y a fe de todos pone un hermoso ejemplo; y no es sólo ejemplo lo que pone, sino que hace salir al medio al niño mismo, a fin de confundirlos con su misma vista y persuadirles así a ser humildes y sencillos. A la verdad, puro está el niño de envidia, y de vanagloria, y de ambición de primeros puestos. El niño posee la mayor de las virtudes: la sencillez, la sinceridad, la humildad. No necesitamos, pues, sólo la fortaleza, ni sólo la prudencia: también es menester esta otra virtud, la sencillez, digo, humildad. A la verdad, si estas virtudes nos faltan, nuestra salvación anda coja también en lo más importante. Un niño, se le injurie, ora se le alabe, ya se le pegue, ya se le honre ni por lo uno se irrita ni por lo otro se exalta. (San Juan Crisóstomo… Homilías san Mateo 58).
P. Fernando.