El cansancio de un sacerdote no es sólo físico, es también del alma. Detrás de cada gesto de entrega, de cada homilía, de cada visita pastoral, hay horas de oración, desvelos y preocupaciones que muchas veces permanecen ocultas. Sin embargo, ese cansancio es también un signo de amor, porque muestra que han dado todo lo que son por sus comunidades.
Jesús mismo conoció la fatiga del camino, el peso de la misión y el dolor de no ser comprendido, por eso acompaña a cada sacerdote en su debilidad. Allí, en medio del cansancio, la gracia de Dios se manifiesta más fuerte, recordándoles que no caminan solos.
Es necesario que el pueblo de Dios rece por sus sacerdotes, los sostenga con cercanía y gratitud, y les recuerde que su entrega no es en vano. Cada lágrima y cada sacrificio se transforma en semilla de esperanza y de vida nueva en el corazón de la Iglesia.
Señor, mira con compasión a tus sacerdotes que hoy se sienten débiles. Reanima sus fuerzas, enciende de nuevo su vocación y hazles experimentar tu abrazo de amor. Que tu Espíritu los sostenga y La Virgen María los cuide en su cansancio.
