El Instituto de Pastoral del Clero, ubicado en El Rodeo, La Ceja, Antioquia, Colombia, se dedica a acompañar a obispos, sacerdotes y diáconos de Latinoamérica. Su objetivo es ofrecer formación y apoyo pastoral para fortalecer el ministerio y la labor evangelizadora en la región.

“PASTORES CON CORAZÓN DE CRISTO”

Hoy quiero dirigirme a ustedes con la certeza de que cada palabra nace del corazón de la Iglesia y de la ternura del mismo Cristo, el Buen Pastor. En un mundo lleno de ruidos, tensiones y soledades, nuestra vocación se convierte en un faro que no podemos dejar apagar. Somos elegidos, no por nuestros méritos, sino por la gracia inmensa de Aquel que nos llamó, para ser presencia de esperanza, consuelo y cercanía en medio de su pueblo.

El sacerdote es mucho más que un ministro de lo sagrado: es un hermano entre hermanos, un padre que se desgasta en silencio, un amigo que acompaña sin condiciones, un servidor que se hace pan partido para todos. El mundo, tan herido por la indiferencia y por el desarraigo, necesita ver en nosotros el rostro humano y misericordioso de Dios. Nuestro ministerio no es un título ni una dignidad; es una entrega diaria que a veces se vive con lágrimas, con cansancio, con dudas. Y sin embargo, ¡cuántos corazones vuelven a latir con esperanza cuando encuentran un sacerdote que escucha, que perdona, que abraza, que camina a su lado!

Hermanos, no olvidemos nunca que el altar donde celebramos la Eucaristía debe prolongarse en las calles, en las casas, en las cárceles, en los hospitales, en los lugares donde la vida clama por ser dignificada. Allí también somos sacerdotes, allí también Cristo se hace presente a través de nuestras manos, de nuestras palabras y, sobre todo, de nuestra compasión.

Es cierto que a veces pesa la cruz del ministerio, que sentimos la tentación de encerrarnos o de buscar seguridades humanas. Pero la fuerza del Espíritu nos recuerda que fuimos llamados para salir, para desgastarnos sin reservas, para ser signo de unidad en un mundo dividido, bálsamo en medio de tantas heridas, voz profética donde reine el silencio del miedo o la injusticia.

Que nunca falte en nosotros la alegría de sabernos instrumentos de Dios. Que nuestro corazón sacerdotal no tenga fronteras, que sea casa abierta para todos, especialmente para los pobres, los que no cuentan y los que han perdido la fe. Solo así nuestro ministerio tendrá sentido: cuando nuestras vidas se consuman por amor, como la lámpara que se gasta iluminando en la oscuridad.

Queridos hermanos, pidamos a María, Madre del sacerdocio, que nos enseñe a estar de pie junto a la cruz, firmes en la esperanza y fieles en la entrega. Y que el Señor Jesús, que nos llamó amigos, renueve en cada uno de nosotros la pasión por servir, para que cuando llegue el día final podamos escuchar de sus labios: “Ven, siervo bueno y fiel, entra en la alegría de tu Señor”.

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