Hoy como sacerdotes es importantes preguntarnos ¿cuál es la forma más alta de misericordia que como consagrados debemos practicar? Jesús nos animó a todos sus discípulos en el sermón del monte a practicar la misericordia “dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Ahora, la Iglesia en su catequesis nos enseña catorce formas de practicar la misericordia. Catorce formas, que por supuesto, no agotan las maneras como podemos hacer bien a nuestro prójimo, pero que nos ofrecen formas espirituales y materiales de satisfacer las principales necesidades de los demás y que nos permiten ayudarles a vivir según su dignidad de “hijos de Dios”. No nos detendremos a examinar una por una estas obras. La idea es resaltar la importancia de la formación doctrinal de los fieles en la Iglesia, tarea de la que nosotros los ministros del Señor somos los primeros responsables. La primera obra de misericordia espiritual reza: “enseñar al que no sabe”. Ciertamente la ignorancia de Dios es la mayor pobreza para un ser humano. En libro de Daniel se ensalza a aquellos que instruyen a los demás en lo tocante a Dios “Los maestros brillarán como el resplandor del firmamento, y los que enseñaron a muchos a ser justos como las estrellas para siempre” (12,3). Es Apóstol Pablo, por su parte, señala la importancia de los maestros, para que otros alcancen la salvación “Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo van a invocar a aquel en quien no han creído, ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿cómo van a oír sin que se les predique? …” (Rm 10, 13-14). En nuestro tiempo, se esta dando un fenómeno dentro de la Iglesia que se torna cada vez más preocupante y que requiere una respuesta contundente de parte de nosotros como presbíteros. Es el fenómeno del analfabetismo religioso. Es creciente el número de los bautizados jóvenes y adultos que tienen un conocimiento doctrinal deficiente, lo cual los hace débiles y confusos a la hora de manifestar su identidad cristiana y no les permite responder a su vocación apostólica. Contamos con un ejercito de niños en la fe, pero, será que con un ejercito de niños podremos dar batalla al ateísmo, secularismo, relativismo, subjetivismo, materialismo, etc.
La tarea de la Iglesia es evangelizar “id pues, y haced discípulos a todas las gentes…y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28 , 19-20). Este mandato nos incumbe a todos en la Iglesia; nadie se puede evadir de este compromiso. Sin embargo, es tarea y responsabilidad de los pastores de la Iglesia el que cada bautizado, pueda realizar plenamente su ser cristiano: caminando hacia la santidad y siendo testigo con palabras y obras, para que otros puedan llegar a Cristo.
Para ello es indispensable que nosotros los presbíteros tengamos clara conciencia de que todo ámbito debe ser aprovechado como espacio de formación cristiana. Promover para ello, lo que el Papa Francisco llama “la cultura del encuentro”. Ser sacerdote, implica tomarse en serio la tarea de formar cristianamente a los demás, ayudar a las personas a que Cristo viva en ellas, a experimentar su salvación. ¡Hagámoslo!
P. José Humberto