Nació en Ghyvelde, en el Norte de Francia. Muy pronto se sintió fascinado por la espiritualidad de san Francisco de Asís. Como era muy inteligente, realizó sus estudios de una forma brillante ante los ojos de sus compañeros y sus profesores. Cuando tuvo la edad adecuada, pidió entrar en el noviciado de la Orden franciscana, que estaban en aquel tiempo en Amiens. Terminados sus estudios escolásticos, se ordenó de sacerdote en 1870. Lo nombraron capellán militar en su primer destino como apóstol del Evangelio.
Tenía valentía y arrojo para las cosas de Dios, por eso no dudó lo más mínimo en fundar un convento franciscano en Burdeos. Los destinos variados harían de él una persona obediente a la orden de sus superiores. Deseaba quedarse en Burdeos para la prosperidad de su convento. Sin embargo, la obediencia lo destinó a París para que se ocupara de los asuntos de Tierra Santa. Se dice que cada día celebraba la Eucaristía con una devoción impresionante. Llamaba la atención de todo el mundo.
Tenía la preciosa comunicación de saber transmitir lo que estaba sintiendo a los que le rodeaban. Sus trabajos e investigaciones sobre los santos y franciscanos misioneros no eran una simple investigación histórica, sino más bien, un encuentro de los discípulos de Cristo. Dejó París para irse a Tierra Santa en 1881.
Se entregó a la promoción del culto, piedad y peregrinaciones al Santuario de la Virgen Du-Cap, cercano a Trois-Rivières. Como verdadero hijo de san Francisco, se empeñó en dar a conocer a la Madre de Cristo, fomentar una tierna y profunda devoción hacia ella, organizar liturgias y diversos cultos en el santuario, promover, organizar y acompañar peregrinaciones, exhortando siempre a los fieles a ir a Jesús por medio de María. El Señor se dignó, por intercesión de su Madre santísima, otorgar gracias abundantes y extraordinarias, y aun obrar curaciones que tuvieron gran resonancia. Y así sucedió que el Santuario pasó de ser parroquial a ser diocesano y después nacional.
Al propio tiempo el P. Federico seguía siendo un apóstol en plena actividad apostólica: muchas misiones, predicación y catequesis, organización y dirección de peregrinaciones, fundación y asistencia de fraternidades de la Orden Franciscana Seglar, publicación de diversos escritos, etc.
Toda esta actividad tan intensa no le impidió al P. Federico mantener su entrega a la oración y a la penitencia, acompañadas de una gran austeridad de vida, de una pobreza personal extrema, de una marcada predilección por los pobres, de una sencillez, paciencia y serenidad inalterables en las pruebas y dificultades, de una plena y permanente conformidad con la voluntad del Padre.
El P. Federico murió en Montreal el 4 de agosto de 1916 a la edad de 77 años.
El Papa Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.