En el evangelio de hoy, una de las tres parábolas, la de la semilla, nos coloca frente a una realidad frecuente que llevamos dentro: la impaciencia. Jesús nos enseña a ampliar los horizontes a partir de este caso concreto y a tomar actitudes en consonancia con la manera como acontece el Reino de los Cielos en el mundo. En el verso 24 Mateo hace una introducción breve que enlaza esta perícopa con las dos siguientes: el grano de mostaza (13,31) y la levadura (13,33) las que asimila con el Reino de los Cielos. El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. La mención a una semilla buena nos coloca a la expectativa de una buena cosecha. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue (25) Nuevamente se llama a la vigilancia, no podemos descuidarnos porque el enemigo siempre se encuentra al acecho, esperando el momento en el cual sembrar la cizaña. La parábola del trigo y la cizaña se desarrolla en torno al fuerte contraste de dos realidades opuestas que, mediante una dinámica propia, conduce a la victoria final de aquello que había sido amenazado: el trigo y la cizaña pueden estar juntas durante mucho tiempo –aún con detrimento de la primera-, pero al final serán separadas. La parábola responde al escándalo que les sobreviene a algunos discípulos del Señor: hay mucho mal en el mundo –simbolizado en la cizaña-, y se quisiera que Dios interviniera con todo su poder para colocar el mal en su lugar y exaltar a los buenos, pero no parece suceder nada. La parte central la encontramos en los versículos 26 y 27 ―Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: “Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? Vemos que, aunque la semilla es de buena calidad hay cosas a su alrededor que la ahogan y quizás el rendimiento no sea igual Ante su preocupación: “¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?” y la respuesta del amo “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo” los discípulos quedan extrañados, pero la dinámica del Reino de Dios es otra, siempre estarán buenos y malos. Nos enseña que aquí en la tierra se da mezclado: al lado de los buenos están los malos. Esta convivencia continuará, según dice el patrón de la parábola “Dejen que ambos crezcas juntos hasta la ciega” (13, 30 a). Pero esto no debe desanimar a los discípulos: de ninguna manera deberán ceder ante los ataques del mal, por el contrario, tendrán que mantener una vigilancia activa y sostener un esfuerzo grande de evangelización. Con todo, hay una luz de esperanza: esta situación no durará para siempre. Es claro que no da lo mismo ser trigo que cizaña. De ahí que al final de los tiempos se hará un juicio: “Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recojan primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla, y el trigo recójanlo en mi granero” (13,30 b). Por el destino final que tiene cada una de las semillas se comprende que con las decisiones y acciones de cada persona se pone en juego el propio futuro, el destino final. Por tanto, hay que ser responsables con la vida. Junto a este sentido de responsabilidad que debe tener cada persona, esta parábola nos deja una bellísima lección sobre la paciencia: así como el patrón, Dios le da tiempo a cada persona para que recapacite, y con esta actitud estará esperando por su conversión hasta el final. Lo mismo debemos hacer con nuestros hermanos con los cuales hemos perdido la paciencia por su reticencia en el pecado; hay que insistir, darle una oportunidad, esperar por su conversión. Finalmente, tengamos en cuenta que hay un segundo motivo importante por el cual el patrón no permite que se arranque la cizaña, lo sabemos todos por experiencia: nadie es completamente trigo (hay que escuchar a los santos: siempre se reconocen pecadores) ni completamente cizaña (no hay nadie que, por muy malo que sea, no tenga en el fondo un buen corazón). Por tanto, no hay que caer en la actitud equivocada de quien separa tajantemente el mundo de los buenos y el mundo de los malos. En cada persona hay un poco de todo. Más bien hay que examinarse continuamente y trabajar todos los días por la santidad. En fin, no nos corresponde a nosotros juzgar sino más bien evaluarnos a nosotros mismos.