El Instituto de Pastoral del Clero, ubicado en El Rodeo, La Ceja, Antioquia, Colombia, se dedica a acompañar a obispos, sacerdotes y diáconos de Latinoamérica. Su objetivo es ofrecer formación y apoyo pastoral para fortalecer el ministerio y la labor evangelizadora en la región.

Vigésimo tercero del tiempo ordinario

EL DISCIPULADO PIDE RADICALIDAD:
Comprometerse en primera persona
Lucas 14, 25-33

En tiempos del ministerio terreno de Jesús, mucha gente le seguía como admiradora suya, quizás atraída por su proyecto. Aquí vemos cómo Jesús expone claramente las condiciones para llamarse “discípulo” suyo: (1) el desapego afectivo, completo e inmediato para darle la prioridad a Jesús; (2) la disponibilidad para la cruz y la renuncia a todo. Esto presupone un gran realismo y prudencia ante el entusiasmo inicial en la decisión por el discipulado. El evangelista Lucas nos recuerda que estamos en medio del viaje de Jesús a Jerusalén, allí donde se dan las lecciones fundamentales sobre el discipulado. Se insiste en que no es solamente el viaje de Jesús: hay un “caminar juntos”.“Y volviéndose les dijo…” (14,25b). Jesús no se dirige solamente al grupo de los Doce, se dirige a todo el que, caminando con él, quiere llegar a ser verdadero discípulo (el término “discípulo”, en la obra lucana, es una expresión que abarca a todos los creyentes en Jesús). Estos serán los futuros proclamadores del mensaje de la salvación. No está en juego solamente el presente del discipulado sino también el futuro de la evangelización. Jesús entiende que la opción por él implica un desplazamiento interior y exterior de la persona hacia él: “viene donde mí”, “venga en pos de mí”.

Posponer los otros amores (14,26). “Si alguno viene donde mí y no odia a su padre,  o a su madre, ni a su mujer,  o a sus hijos, ni a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (14,26). “Si alguno viene donde mí”. Tenemos una primera imagen positiva de la respuesta vocacional. Ahora bien, a quien da el primer paso en la respuesta a la llamada de Jesús, se le pide que “oiga” la palabra que le da solidez a su opción. Como leemos en el sermón de la llanura: “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica… es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos” (6,47). “No odia…”. Así suena literalmente en griego. Pero sabemos que se le está haciendo eco a un giro idiomático de la lengua hebrea, donde el término “odiar” no tiene que ver con la repulsa interior del afecto sino con una prioridad en el amor (“amar menos”/ “amar más… por encima de”; ver por ejemplo 16,13; ver también Gn 29,31-33). Siguiendo el lenguaje del Antiguo Testamento, lo que se está diciendo es que hay que colocar todos los valores de este mundo en un segundo rango, puesto que los intereses de Dios están en juego. Jesucristo repite la frase “no puede ser discípulo mío”, no en el sentido de no ser admitido sino “no ser capaz” de vivir el discipulado como debe ser. Por eso lo mejor es traducir esta dura expresión con el término “posponer” (porque el “odiar” es contrario al “anteponer”), entendiendo que no se trata de un descuido de los legítimos amores de la vida, sino de una subordinación de todos ellos al amor primero y fontal de Jesús.

Anteponer a Jesús, él es la prioridad desde la cual se reconfigura todo el tejido relacional del discípulo (14,27). La lista de las renuncias terminó con la de “la propia vida”. Esta renuncia no se comprende si no es a la luz del misterio de la Cruz, por eso la frase siguiente: “El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío” (14,27). Centrarse en Jesús, es centrarse en su Cruz. Allí donde el amor se purifica y alcanza su más alta intensidad. Comprendemos ahora que la primera frase de Jesús no le estaba pidiendo a sus seguidores, ser despiadados con los suyos, sino precisamente todo lo contrario: amarlos pero desde el amor aprendido en la escuela de la Cruz; allí donde no hay traiciones, ni dobleces, ni deficiencias en el amor.

“El que no lleve su cruz…”. Se trata de “cargar” la propia cruz, es decir, el discípulo se coloca en el lugar de Jesús. Esto indica una apropiación, con esfuerzo y compromiso, de las diversas realidades de la vida tratando de reproducir–poniendo cada paso de la vida sobre sus huellas- las actitudes de aquel que nos precedió en la Cruz. De ahí la frase: “y venga en pos de mí”. Esto lo tiene que recordar el discípulo cada vez que vaya a hacer algo, en cada instante de la vida. Estar incondicionalmente en comunión con Jesús constituye la esencia misma del ser discípulo. Este desapego y la comunión con los sufrimientos del Maestro exige que uno vaya hasta el colmo de los esfuerzos, en un darse a fondo que más adelante se va a resumir en la frase: “renunciar a todos los bienes” (14,33). Para subrayar la importancia de esta forma radical de adhesión, ahora Jesús, en las dos pequeñas parábolas siguientes, nos hace una severa advertencia para que evitemos cualquier promesa superficial. Este camino no se puede tomar sin “discernimiento”.

Las actitudes que se requieren: dos parábolas para no tomar las cosas a la ligera sino aprender a discernir con realismo y sabiduría (14,28-32). Jesús enuncia dos parábolas que no encontramos sino en este evangelio. Ambas apuntan a la misma idea: la necesidad de una correcta evaluación de la situación antes de emprender una aventura. Las dos historias cuando terminan llevan a la misma moraleja: una persona que no cuenta con suficientes recursos no debería embarcarse en una empresa que de antemano sabe que va a fracasar y que pondrá su nombre en ridículo frente a sus conocidos. Jesús enseña que un compromiso a medias es peor que un rechazo total. Pero esto no se dice para desanimar, sino todo lo contrario, para dar coraje. De hecho el discípulo tiene con qué invertir, el problema es si está dispuesto a pagar el precio. Si no se quiere ser “discípulo a medias” sino coronar el camino con Jesús, gracias a la “perseverancia en las pruebas” (22,28), entonces hay que parar un poco y reflexionar sobre las implicaciones de la decisión inicial por Jesús, como lo hace el constructor antes de comenzar el edificio o el rey antes de emprender la guerra.

“Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros, que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (14,33). En la lista de las exigencias no habían aparecido los “bienes”. Ahora la idea queda completa: quien no se libera de todos sus lazos terrenos, no puede ser seguidor de Jesús. La frase “no puede ser discípulo mío” conecta con 14,26.27 y deja bien enmarcados los dos dichos parabólicos. El discípulo debe estar pronto en todo momento para dar todo lo que tiene con el fin de seguir a Jesús. Sin ese desprendimiento y libertad de corazón el discipulado será un fracaso.

P. Fidel Oñoro, cjm – Centro Bíblico del CELAM

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